Dos cuadernos , dos plumas y una mochila en el hombro fue lo que llevé el primer día a la universidad.
Con los cuarenta años encima y con más de 20 años sin estudiar, el pánico daba vueltas en mi cabeza imaginando lo ridícula que me vería entre la gente de esa generación, a la cual no pertenecía .
Decidí estudiar una licenciatura de la noche a la mañana y no porque lo hubiera deseado por mucho tiempo (de hecho era un sueño al que había renunciado desde que me casé a la edad de 19 años, con la prepa terminada y con una corta carrera de diseño de modas que había hecho a la par del bachillerato ).
Fue tras la visita de una amiga (que cursaba una maestría ) que depositó en mis manos un tríptico de la universidad a la que acudía , y yo de forma casual ( cuando ella se fue ) comencé a a ver el listado de las carreras y al mismo tiempo taché las que no me agradaban , quedando únicamente psicología , una carrera que nunca había llamado mi atención , pero que del listado era la única que no me desagradaba.
Esa misma noche llegué a mi casa después de cerrar el negocio que en ese entonces tenía y pensé : mis hijos ya están grandes , los tres manejan y no me necesitan tanto , ¡creo que podría entrar a estudiar!
A la mañana siguiente ya estaba inscribiéndome para el siguiente ciclo que estaba por comenzar un mes más tarde .
Para sorpresa mía , la mitad de los compañeros eran de edades muy similares a la mía , lo que de cierta forma me regaló un poco de seguridad , seguridad que a los 5 minutos de haber comenzado la primera clase se vino abajo después de escuchar a la primera maestra que entró al salón explicando su método de estudio , dando órdenes con gritos y amenazas (literal como un sargento de esos que salen en las películas ) “con esto definitivamente no voy a poder “ -me dije – pero dos horas después en la siguiente clase entra un maestro completamente diferente ( de esos que te hacen sentir bienvenido , amable , con voz pausada y agradable ) que definitivamente me hizo subir de nuevo el ánimo . “ creo que sí me quedo” – pensé – y así como él , todos los maestros con los que me encontré , fueron excelentes seres humanos que me acompañaron durante los casi 4 años de la licenciatura .
A la par de esa licenciatura estudié desarrollo humano , lo que duplicó mis horas de asistencia a la universidad, dos días de la semana iba por La mañana y por la tarde pero yo me sentía completamente feliz , únicamente los dos últimos cuatrimestres con las horas de servicio multiplicadas por dos , lograron dejarme muchas veces agotada , y un poco más loca de lo que estoy , pero por fin al plazo adecuado logré terminar con todo , y porque no , para no parar y perder la costumbre del estrés , me seguí de una vez con la maestría .
Estudiar ( si se quiere ) se puede a cualquier edad , solo se necesitan ganas , voluntad y la decisión de no abandonar las cosas a la mitad .
Mi vida dio un giro de 360 º si alguien me hubiera dicho hace 15 años que yo estaría dando terapias psicológicas , de seguro me hubiera reído bastante fuerte .
El hecho de casarse y tener hijos , hace que muchas personas vean truncadas las expectativas de tener un título universitario.
“La voluntad lo puede todo”, definitivamente las ganas de ser alguien en la vida y ante todo sentirse orgulloso de uno mismo, es muy importante.
Los adultos universitarios necesitamos empatar el estudio con otras responsabilidades familiares y laborales, pero desde mi punto de vista lo logramos, porque estudiamos de manera voluntaria , ¡ nadie nos obliga !
Yo no estudié por obtener un título profesional , de hecho en eso no pensaba cuando entre a la universidad , estudié para aprender algo más y de cierta forma pienso que las experiencias vividas hacen que al terminar la carrera las personas adultas tengamos ese plus que la vida nos ha aportado .
No sé qué hubiera pasado si no hubiera visto ese tríptico aquel día , no sé qué estaría haciendo en este momento , solo sé que hoy me siento muy contenta de recordar aquella noche en la que pensé … ¡ creo que podría entrar a estudiar !